Como en los adultos, la depresión infantil se define como un estado de ánimo triste o irritable la mayor parte del día, casi todos los días, durante un período mínimo de dos semanas consecutivas. Se caracteriza también por la pérdida de la capacidad para disfrutar de las cosas, hay cambios en el apetito (más apetito o normalmente menos), pérdida o aumento de peso, problemas de sueño, sentimientos de culpa o infravaloración, falta de energía, dificultad para concentrarse o tomar decisiones, ideas de muerte recurrentes e intentos de suicidio. Pueden aparecer todos los síntomas o sólo algunos pero como mínimo deben aparecer al menos cuatro.
No debemos confundir una depresión, con estar triste durante un tiempo, o tener menos ganas de hacer cosas, o porque llore más de lo normal, etc. También puede ser un síntoma de otro trastorno distinto. ¿Cómo podemos diferenciarlo? Pues hay que ver que esa tristeza o irritabilidad perdure en el tiempo y afecte a la vida cotidiana del niño/a. También es importante valorar si se ha producido un cambio, si antes le gustaba hacer actividades que ahora no hace, que hay una pérdida de interés real.
Los trastornos depresivos infantiles no son trastornos pasajeros que se pasan con el tiempo, si no hay un tratamiento adecuado persisten en el tiempo.
Normalmente, en los niños, aparece con más frecuencia que en el adulto un estado de ánimo irritable. El niño llora con frecuencia y siempre salta por cualquier motivo. Aparecen enfados con explosiones de genio ante situaciones triviales, insultos, peleas y se hunde por cosas poco importantes.
Tratamiento de la depresión infantil
Actualmente, el tratamiento de primera elección para la depresión infantil es el psicológico (Michael y Crowley 2002). No parece existir una mejoría clínica significativa en el tratamiento farmacológico de la depresión infantil (al contrario de lo que ocurre con los adultos).
Es un tratamiento que puede durar de tres meses a un año. El objetivo de la terapia es cambiar las actitudes disfuncionales y los pensamientos negativos que están manteniendo el problema y dotar al niño de nuevas estrategias para afrontar las situaciones de la vida diaria. Sin un buen tratamiento, la depresión infantil no desaparece y puede generar trastornos graves en la vida adulta.