Si eres de los que quieres dar el 150% de tí y nunca te parece lo suficientemente bueno, si dedicas mucho tiempo a tu vida profesional, si crees que no hay término medio, o algo está muy bien o está mal, que solo hay una manera de hacer las cosas, la perfecta, es muy probable que seas un perfeccionista.
El perfeccionismo es un rasgo de personalidad que en alto grado puede traer problemas psicológicos importantes que requieran tratamiento, pero que en un grado medio puede ser muy bueno y sacar lo mejor de ti.
El exceso de perfeccionismo puede provocar consecuencias negativas, por ejemplo: vivir más tensos, estar más angustiados, no disfrutar de los logros e, incluso, un sentimiento de fracaso pese a hacer bien las cosas. Nunca es suficiente, siempre puede estar mejor. Este estado genera ansiedad y rigidez. Es una necesidad de control absoluto sobre toda su vida, para que nada se escape al azar y no pueda salir mal. Cuando cometen un error, el sentimiento de culpa les invade, no se permiten errar. El mundo es como un gran juicio, siempre están siendo juzgados y el peor de los jueces son ellos mismos.
Pero no todo es malo, como buen perfeccionista si te propones cambiar esto, lo conseguirás, solo tienes que encontrar un motivo para hacerlo. De todo a nada, hay mucho espacio. De 0 a 100 hay 99 números. Solo se trata de rebajar la exigencia que tienes contigo mismo y con los demás. Permitirte cometer errores como todo ser humano, entender que no lo puedes controlar todo y que el tiempo que pierdes buscando la perfección es tiempo que no dedicas a otras cosas (tu bienestar, tu familia, los amigos…). La vida es mucho más que ser perfecto, es ser feliz. Si quieres profundizar más sobre este tema te recomiendo nuestro post ¿ERES PERFECCIONISTA? ¿QUIERES DEJAR DE SERLO?
Pero este post no va de eso, este post va de un cuento:
EL REY DE PERFECTILANDIA
Hubo una vez un rey que convirtió una pequeña aldea en un gran reino.
Gracias a sus ganas de hacer las cosas bien y de no rendirse nunca ni salirse del buen camino, había conseguido tener el reino más próspero de aquellas tierras. Se sentía orgulloso y se proponía hacerlo mejor cada día, superándose a sí mismo y controlando las posibles amenazas que pudieran aparecer.
Tenía tanto miedo a cometer un error que acabara con su reino, que empezó a organizarlo todo de una manera muy estricta para que nada quedara al azar. Hacía listas y listas de las tareas que se debían realizar y cómo hacerlas. Para él solo había una manera correcta de hacer bien las cosas y era la que él decía.
Lo controlaba todo, cómo colocaban la mesa los criados, poniendo los cubiertos en un orden exacto, cómo entrenaba su ejército cumpliendo de manera estricta las normas…desde lo más pequeño a lo más grande era controlado por el rey, que no delegaba nada a sus súbditos. Creía que si quería que las cosas se hicieran bien, tenía que hacerlas él mismo.
Pronto dejó de tener tiempo para jugar con sus hijas y ya nunca se le veía cabalgar con su preciado caballo al que había dejado abandonado en los establos.
Su rostro cambió de color, sus mofletes ya no eran sonrojados como antaño, ahora eran blancos y sus ojeras gris oscuro.
Solía estar de malhumor y ya nunca celebraba sus famosas cenas con sus amigos. No podía perder el tiempo con tonterías, porque tenía a su cargo un reino!!
Y aunque su reino crecía y crecía y su fortuna era de las más grandes del lugar, el rey no lograba dejar de preocuparse. ¿Y si algún día se quedaba sin dinero? Con este pensamiento mandó construir una pequeña fortaleza dentro de las murallas vigilada día y noche, dónde empezó a guardar dinero y riquezas para posibles crisis futuras. No quería que nunca le faltara de nada a su familia. Fue tal su obsesión que él mismo supervisaba todas las compras que se hacían en palacio. Se acabaron los vestidos caros y las joyas. Los banquetes que antes servían para celebrar cualquier conquista del ejército o los cumpleaños de sus hijas se dejaron de hacer. De manera que Palacio se transformó en un sitio gris y aburrido y lleno de normas que cumplir.
En este ambiente, no tardaron mucho en aparecer las primeras fiestas clandestinas. Hasta que un día el rey las descubrió. Lleno de rabia y de preocupación empezó a imponer grandes castigos a cualquier desobediencia que hubiera. Las normas se debían cumplir, sin excepciones e instauró la pena de muerte. Quien osara organizar una fiesta clandestina moriría en la horca.
Su rabia crecía cuando pensaba en lo ingratos que eran todos. Con lo que él había hecho por este reino y así se lo pagaban. Los castigos fueron en aumento y el descontento del pueblo también.
Una noche, el rey que ya hacía tiempo que no lograba dormir plácidamente, oyó música que venía de los sótanos. Bajó con su guardia personal y cuando llegó abajo no podía creer lo que sus ojos veían, una fiesta con músicos y bufones, en su propio Palacio!
Pero lo peor fue ver que sus hijas estaban presentes. Juró que descubriría quién era el organizador y responsable y que lo ahorcaría delante de todo el pueblo.
Una semana después ahorcaba a su propia hija. De nada sirvieron las súplicas de la reina, él debía hacer cumplir las normas más que nadie porque él era quien las ponía.
Después de aquello ya no volvió a ser el mismo, se perdió en su locura y su reino fue desapareciendo.
Una mañana se levantó y se acercó al establo para llorar junto a su caballo. Pero ya no estaba. Miró a su alrededor y vio un reino en ruinas, vacío y desolado.
Y así fue como una mañana el rey de la perfección abrió los ojos al fin y vio que lo había perdido todo.
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